En los pueblos de las medianías y de cumbre o en la más árida y agreste vertiente sureste se suceden escenas de tradiciones centenarias que aún forman parte del día a día: agricultores que aran los campos con la ayuda de bueyes, personas que se adentran en la frondosidad y reaparecen al tiempo cargadas de plantas medicinales, o de leña, de tascas de pueblo donde se conversa y se escucha.
Cada manjar posee su propia biografía. Así, los suculentos y afamados quesos insulares, consagrados en incontables certámenes nacionales e internacionales, echan a andar literalmente al amanecer, junto a los pastores que guían a los rebaños en busca de los mejores pastos. Las papas ‘del país’ inician su periplo entre las manos de quienes las cultivan y las cosechan con la mirada clavada en la tierra y el pensamiento en vilo, a la espera de una lluvia mansa y buena.
En algunos enclaves, como en Valleseco, los manzanos producen un tipo peculiar de esta fruta pequeña pero vigorosa que sirve de base para la elaboración de sidras y de una rica repostería local. En otros parajes, el retablo blanco del florecimiento de los almendros es el delicado preludio de una cosecha de almendras dulces y amargas. En el prodigioso Valle de Agaete, una de esas islas dentro de la isla sin fin, hay quien cultiva su propio café arábico, porque aquí lo sorprendente puede llegar a ser costumbre.
La Reserva de la Biosfera atesora más de un millar de especies autóctonas, casi 300 endemismos y vertebrados únicos en el mundo como el lagarto gigante de Gran Canaria, que puede alcanzar hasta los ochenta centímetros de longitud. El Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas reconoce la gestación de una cultura aborigen de carácter extraordinario que evolucionó en aislamiento durante más de 1.500 años y que estableció un diálogo con los astros. Este legado aborigen se percibe en espacios como La Fortaleza con sus grabados rupestres y sus muros defensivos, ecos de un pasado extraordinario.